El 12 de febrero de 1917, aparece en el New York Times la siguiente noticia:
“(NORTE-) AMERICANOS DOBLEMENTE HONRADOS”
La sección de ambulancias de Verdún, ahora en Monastir, nuevamente mencionada
“PARIS; Feb, 11 – Los siguientes miembros de sección 3 de
John W. Munroe, Tuxedo Park, N.Y.; Rodman B. Montgomery, Rhinebeck, N.Y.; Arthur Bluethenthal, Wilmington, N.C.; Coleman T. Clark, Westfield, N.J., y Robert W. Imbrie, Washington, D.C.
Los mismos hombres han sido mencionados previamente por sus heroicos servicios rendidos en Pont-à-Mousson, Verdún y el Bois Le Prêtre”.

La “Ambulancia de Campaña Americana” era una organización de voluntarios norteamericanos que empezó a proporcionar servicios de ambulancia y de transporte a las Fuerzas Aliadas en Francia durante Primera Guerra Mundial, antes que EEUU entrara en la guerra. Tenía más de 800 choferes de ambulancia y otras secciones de transporte. La organización reclutó activamente a sus choferes de los recintos universitarios y de colegios americanos. Todos ellos trabajaron sin paga. La conducción de ambulancia requería que los voluntarios sirvieran en misiones extremadamente peligrosas en el Frente.
Uno de estos valientes choferes de ambulancia, Robert Whitney Imbrie, mencionado en el NYT del 12 de Febrero de 1917, escribió un libro sobre sus experiencias, que se publicó en 1918. El libro se titula “Detrás del volante de una ambulancia de guerra” (Behind the wheel of a war ambulance)
Imbrie llegó a Monastir poco después que ésta fue capturada por los Aliados. En su libro le dedica un capítulo a la ciudad. Se titula: “Monastir, la capital del infierno”, en él se puede apreciar las terribles condiciones que se vivía en Monastir:
...llegamos a la ciudad, un mes después de su captura y ocupación por los franceses. De su población civil quedaban unos cuarenta mil habitantes. Los otros habían huido a Florina o aún más al sur. Las condiciones estaban todavía inestables. A diario sacaban afuera a espías para ser fusilados y a nosotros nos advirtieron no vagar desarmados en las secciones remotas de la ciudad. Desde la protección de casas cubiertas, francotiradores disparaban a los soldados que pasaban y era insalubre circular de noche. Se marcaron líneas alrededor de la ciudad y sólo los transportes militares tenían permitido pasarlas. Los efectos del hambre perduraban. En los bazares, perros que habían sido capturados eran matados y ofrecidos en venta. Muy pocas tiendas quedaban abiertas...
...Aunque la mayor parte de las casas estaban cerradas y con sus postigos sellados como protección contra las esquirlas de los obuses, la vida parecía continuar casi como de costumbre. No había tráfico en las calles salvo de noche, cuando cruzaban transportes militares, o cuando nuestras ambulancias pasaban con sus cargas, pero el populacho circulaba y circulaba, trocando y ordenando sus vidas con el fatalismo flemático de los orientales. El enemigo, desde su posición de ventaja, veía cada movimiento en la ciudad. Sus fusiles dominaban cada uno de sus rincones. Sus sondeos le daban un alcance con la exactitud de una pulgada. Diariamente barría con metralla la ciudad y la bombardeaba con explosivos de alta potencia. Nadie en Monastir, al ver salir el sol podía saber si, antes de que el sol se pusiera, su propio sol se hundiría. En cualquier momento del día o de la noche el alarido de la muerte podía llegar, y llegó. Los ancianos, las ancianas, los niños pequeños eran volados en pedazos, las casas eran demolidas y aún así, por ser decreto de Alá, era inexorable. La población seguía a su manera. Por supuesto que cuando los obuses llegaban había terror, pánico, un gemir y rechinar de dientes, porque ni el fatalismo de Mahoma podría impermeabilizar ante tales visiones. Y estas fueron horribles visiones. No era nada infrecuente atravesar las calles después de un bombardeo y ver cuerpos mutilados y destrozados. Eran visiones diarias en Monastir.

...Monastir es una ciudad sin sótanos. Una ciudad en su mayor parte de paredes de barro débiles, por las cuales un obús se estrella como un martillo con una cáscara de huevo. A lo más, lo que uno puede desear en un bombardeo es que, apegándose a una casa, las esquirlas más pequeñas puedan ser detenidas. Tuvimos mucho tiempo para darnos cuenta de esto cuando nos parapetábamos contra un edificio, al lado del cual había un gran agujero abierto, resultado de un bombardeo anterior...
…El enemigo parecía determinado a hacer los últimos días del año viejo (1916) memorables para Monastir. Día a día los bombardeos aumentaban. La ciudad se derrumbaba sobre nosotros. Algunas calles fueron bloqueadas con casas caídas. Muy pocas de las tiendas o puestos de ventas estaban aún abiertos. La población permanecía detrás de sus frágiles paredes y eran matados en sus casas. El Banco Franco-Serbio fue volado en la calle. Como alguien comentó, un cheque emitido en él no sería devuelto con una marca de "sin fondos," si no que marcado "sin banco". La panadería donde habíamos comprado los pequeños pasteles en navidad estaba reducida a un montón de basura, su propietario sepultado bajo ella. Fui a buscar un trabajo en plata que le había encargado a un orfebrero, sólo para encontrar que su tienda ya no existía. Fue borrada por un solo obús. El 28 de diciembre el enemigo bombardeó toda la noche. Al día siguiente teníamos cinco ambulancias parcialmente destruídas, la mía entre ellas.
Un compañero de Imbrie; J. Marquand Walker escribió en su diario:
Monastir, 5 de enero (1917)
Acabamos de tener un ataque de gas
Todo estaba tranquilo, y comenzamos a buscar acomodo para la noche. La paja en el suelo de la vieja mezquita turca, como ya sabíamos por nuestra experiencia, estaba demasiado llena de vida como para lograr un sueño cómodo; por lo que armamos un par de camillas en el hall del altar donde, además, el aire era mejor.
El bombardeo se había reanudado cuando tratamos de dormir. De repente los obuses comenzaron a llegar más y más seguido, sus silbidos se mezclaban el uno con el otro hasta que todo fue un solo y sólido zumbido. Las explosiones sonaban como metralla, y no fue hasta que un obús rompió nuestra ventana que entendimos que era gas. Nuestras máscaras estaban en las ambulancias, y casi nos asfixiamos mientras corríamos para alcanzarlas, tratando de contener la respiración….
…Afortunadamente, la docena de heridos y los portadores de camillas en la mezquita estaban provístos de máscaras. Entonces, en un estado de ánimo algo menos incómodo, nos sentamos para esperar. No había nada más que hacer, por supuesto. Todo este tiempo los obuses llegaban en un ritmo temerario, todos ellos aterrizando directamente en nuestra área. De cuando en cuando, un hombre entraba desde la calle, ahogándose por el gas y pedía una máscara. Muy pronto apareció el doctor y atendió lo mejor que pudo a los asfixiados.
… Mientras tanto las cosas iban cada vez peor. Las calles eran una nube de gas y dentro de la mezquita se hacía cada vez más difícil respirar. De repente, mientras estaba cerca de la puerta hablando con Petijean, hubo una explosión ensordecedora que derribó la puerta y una ola de gas nos dio en la cara. Durante un momento había confusión total, con hombres corriendo en todas direcciones y algunos acostados jadeando, tosiendo, y pidiendo máscaras. Cómo las habían perdido era incomprensible, ya que casi todos tenían una máscara en el momento de la explosión. El doctor, que estaba de pie al lado mío, dejó caer su máscara por un momento y se le enredó al tratar de volver a ponerla; pero, por suerte, fue salvado por el sargento mayor, que rápidamente se la puso en la cara. Pero el doctor estuvo enfermo durante varias horas después de esto. En ese rato, recogimos algunas máscaras y se las pusimos a los hombres tirados que se sofocaban. El cuarto fue sumergido en la oscuridad…
…En total, el bombardeo duró aproximadamente tres horas, durante ese tiempo miles de estos obuses con gas explotaron, con el resultado de que doscientos civiles fueron muertos y muchos quedaron moribundos. Pocos soldados perdieron sus vidas, gracias a las máscaras antigás.
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